Vizard

— Pèntiti.
— No.
Lorenzo da Ponte — Mozart

 

RIGOLETTO — Ah, la maledizione !
Francesco Maria Piave — Giuseppe Verdi — Mac-Neil

 

Oh noche incandescente que desciende.
Que de sí misma arde.
Los inmóviles mares
de blanca lumbre de la Luna
                                  derramando
líquida plata
sobre aquel que vela.

                                 Sí, contempla
cómo chascan las colas
de la abundancia.
Pero aun así –¡responde!– ¿estás seguro?

Todo parece
                                 embalsamado
bajo esa luz como un imán.
Su brillo, ajeno, sin unirnos a su destino, se funde
con lo incomprensible de nuestra existencia bajo esta bóveda.
Todo el firmamento tiene un sudor frío.
. . . Y ese bramido,
ese bramido que sale de debajo del mundo.
¿Qué bestias pugnan por salir?
El “salvaje futuro”, the all-hair hereafter
de Macbeth.

La Muerte –¡qué salud!– engorda, ríe.

El oro está lleno de serpientes.

Todo es liso.

La Civilización es un cristal
que atraviesas haciéndolo
añicos.                                  Y
entonces:
El Otro Lado, los posos del abismo.

Y aun así, ¿habría júbilo que no
latiese
en nuestras entrañas?
Ni el firmamento es más insondable que nuestra alma.


No soy hijo de ningún Dios,
y ya soy sólo desesperación.

En la noche espesa como una ciénaga,
la fosforescencia misteriosa
se heriza como el veneno de la cobra.

Mirándola
                                 alzo mi copa
                                                                  y brindo
por el animal del mundo.