Hierofania o ceremonia de la sirena

Crepusculallas
Francisco de Quevedo
Wunderbar ist die Gunst der Hocherhabnen und niemand
Weiss, von wannen und was einem geschiehet von ihr
Friedrich Hölderlin

Right in front of me, not half a mile away, I beheld the "Hispaniola" under sail
Robert Louis Stevenson
Imaginaos la piscina de un hotel
bajo los lentos cielos de Sicilia.
En el chirriar de las cigarras en la siesta
hasta la sombra de los árboles quemaba.
Bajo un olivo un hombre entrega su carne al sopor
de la hora.
De pronto,
las ascuas del instante se remueven
por un chapoteo que le hace abrir sus ojos.
Mira, y frente a él
contempla un rostro dichoso que emerge
con una sonrisa turbadora
de las aguas azules.
La criatura salió de la piscina. Pasó despacio ante el hombre.
Soledad lunar de la belleza,
evanescente, milagro, botín del mundo,
joya perfecta y hechicera, con esa
fastuosa calidad de seda
de juventud, recién salida
de la brutal crisálida infantil
como un ser fabuloso, flujo de Venus.
Pasó despacio,
y se tendió, no lejos de él, al sol.
La luz brillaba sobre su piel mojada. Y esa sonrisa en su
boca, esos ojos perdidos.
El hombre piensa: “Es algo metafísico. En sí mismo,
que se regocija en su existencia milagrosa
y que ofrece a este sol de Dioses
el orgullo de su existencia”.
Durante largo rato el hombre la contempla.
Se deleita admirando
su piel lujosa, desde ese cuello
de perdición,
a la deslumbrante curvatura de sus nalgas;
el mítico poder de esas piernas morenas,
el vello rubio reluciente,
su vientre hundido, ambiguo,
su boca que la sueña caliente,
sus ojos, que de pronto se abren, y miran,
miran el mundo
queriendo hacerlo todo suyo.
El hombre se siente como narcotizado. Se
dice “¿Eran así aquella sonrisa
y aquellos ojos, aquella
tarde de sangre y polvo
en aquella
muralla remota?”
La criatura, despacio, estirándose
como si se desperezara
en su cama, al despertar, vuelve
su rostro hacia él.
Esos ojos brillan como el mar.
Algo salvaje anida en esa carne, como
si palpitase
en la fuerza ciega que hizo el mundo,
aquella primera luz hendiendo las tinieblas.
“Ser misterioso -piensa el hombre-
que flotas sobre mi vida
como la Luna en la gran calma de los mares,
¿a dónde conduces mi deseo?”
Entonces, ella se levantó. Pasó
junto a mí. Sentí su olor.
Sus ojos me rozaron.
Entre sus labios brillaban dientecillos.
La vi alejarse hacia el bar.
“O acaso -dije- no has venido
a darme nada ni a pedirme nada.
Sólo a que te contemple
y descanse en ese hechizo de lo que he llegado a ser”
Era la Belleza. Creación sin sombras, carne
gloriosa, no
sólo para amarla,
para gozar su gracia, sino
para venerarla como a una de
esas
culminaciones de la vida
donde parece que la Naturaleza rinde
homenaje al misterio de su origen.
“Amor. . . ”, dije.
Y tendí mis manos hacia ti.
Pero sólo toqué aire encendido.
Pero como si la fuerza de aquella invocación
hubiera sido una mano acariciando su nuca,
la criatura se volvió
y me miró. Sus ojos
rieron. Se relamió. Brillaron al sol sus dientes.
Y fue como si el aire fuese tela
y en ella tu belleza dejara su exudación de oro.
Y entonces comprendí.
No era sólo Deseo. O era un Deseo que ardía
más allá de ti
lo que abrasaba mis entrañas y mi memoria.
Lo que ese ser me daba
era la disolución en el instinto
-como la sangre caliente del animal cazado-,
la misma
tensión delArte. En la que
fundirme.
El anonadamiento en la Belleza.

“Es la llama que alumbra
las cuevas de la Muerte”, me
dije.
Y como a un Dios ese hombre te adoró.